Arquitectura como experiencia. Arquitectura sensorial, propiciada desde el recorrido arquitectónico, desde las sorpresas, los giros y los quiebres. Arquitectura como reto. Tanto las formas y los espacios que contiene, como los tiempos, están llevados al límite. Quiebres y tiempo récord: tres meses para proyectar y construir. Arquitectura efectista y expansiva que refleja el instante congelado de un choque de trenes en el aire.
Situado sobre la lateral de la autopista en la entrada de Toluca, en el extremo de una anodina instalación industrial que con sus trescientos metros de largo pasaba desapercibida, el nuevo objeto aparece con la espectacularidad de una vitrina. A medio camino entre La serpiente de Mathias Goeritz y El grito de Munch, este origami zigzagueante se levanta del nivel del jardín y se convierte en la entrada a un mundo mágico, al recorrido por la fábrica de chocolate que poco tiene que envidiar de la de Tim Burton. Los seiscientos metros cuadrados de la nueva construcción elevada sobre el jardín, albergan un área de recepción; un teatro que prepara a los jóvenes visitantes para el viaje al mundo del chocolate; el pasaje hacia el túnel existente que circula sobre las áreas de producción en el interior de la fábrica; y la tienda de chocolates y gadgets afines, al final de recorrido.
Así, una escalera posterior engulle a los grupos de escolares por un prisma atrompetado y facetado. Los triángulos del caleidoscopio desplegado se maquillan de diferentes blancos para acentuar las diferencias de planos. El vestíbulo se abre sobre el paisaje de una periferia anodina de cables de alta tensión, espectaculares y autopista para dar cabida a los grupos, entre el mostrador de atención y los sofás en forma de tabletas de chocolate. El teatro de este pequeño EPCOT encierra a los visitantes unos minutos para introducirlos virtualmente al líquido mundo de los dulces. De ahí inicia el recorrido por pasillos, túneles y miradores sobre las salas de la fábrica. Antes de salir, una tienda invita a perpetuar el momento con objetos para llevar y tronos que convierten en príncipes por un instante.
Este juguete a escala urbana invita a un recorrido emocional y da rienda suelta a la exuberante creatividad de Michel Rojkind. El nuevo alebrije —rojo por fuera y blanco por dentro— de papiroflexia urgente, irrumpe como ícono único en la periferia toluqueña.
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